Enviado por Fon a través de Google Reader:
Hace unos días hablaba del coste de oportunidad productivo como un concepto útil a la hora de reducir la procrastinación, o retraso sistemático de las tareas importantes que sabemos que debemos hacer. Algunos de vosotros decía en los comentarios que el concepto como tal estaba muy bien, pero que resultaba muy complicado utilizarlo en la práctica.
No nos engañemos: todos sabemos cuando estamos procrastinando –esa sensación de "debería estar haciendo alguna de las cosas importantes que tengo pendientes" es inconfundible. Nos sentimos así porque cobramos consciencia de los efectos negativos que puede traernos el no hacerlo. Nos sentimos mal con nosotros mismos, y sin embargo seguimos cayendo en la procrastinación.
Creo que el motivo por el que procrastinamos, incluso sabiendo las consecuencias negativas que puede tener para nosotros, es muy similar a la causa por la que a muchas personas les cuesta tanto trabajo abandonar malos hábitos. Está comprobado que es muy difícil eliminar un hábito negativo trabajando solo en cambiar dicho hábito. Por el contrario, necesitamos sustituir el hábito negativo por otro positivo, y enfocarnos en adquirir este último –no en abandonar el primero.
La razón por la que este mecanismo funciona es porque trabajamos mejor cuando nos enfocamos en algo agradable o deseable, que cuando tenemos la presión de que algo malo puede sucedernos si no lo hacemos.
Aprovechando este principio psicológico, desde hace un tiempo aplico una técnica que me ha funcionado muy bien para recuperar el enfoque siempre que lo necesito. Utilizo lo que yo llamo la visualización del costo de oportunidad de la procrastinación.
La idea es muy sencilla. Cuando me doy cuenta de que estoy desmotivado para hacer lo que sé que debería estar haciendo, me tomo 2 minutos de descanso para imaginarme a mi mismo disfrutando de los beneficios de haberla completado –el beneficio que me proporciona la tarea pospuesta es lo que estoy dejando de obtener, o sea, el coste de oportunidad de procrastinar la tarea. Esto es muy importante: no me centro en las consecuencias negativas de no hacerlo, sino en lo que conseguiré cuando lo haya hecho.
Transcurridos esos 2 minutos de "obligada" visualización, casi siempre mi motivación regresa fuerte y clara. De repente la tarea procrastinada cobra interés, y me resulta casi natural dejar de hacer lo que estoy haciendo –generalmente una tarea de bajo valor–, y ponerme inmediatamente con lo que debo hacer.
A veces –afortunadamente son muy pocas–, incluso la visualización más vívida no impide que siga procrastinando una tarea. En esos casos me tomo un descanso un poco más largo para plantearme si la tarea a la que estoy dando largas es realmente tan importante como creo –quizá se trate de algo que se supone que debo hacer, pero que en realidad es importante para otros, no para mi–. Otras veces me doy cuenta de que no he identificado correctamente su verdadero valor –encontrar un valor motivador al hecho de pagar los impuestos no siempre es sencillo ;-)
La visualización me ayuda no solo a centrarme en lo importante, sino a identificar cosas que pensaba que eran importantes, pero que en realidad no lo son.
Y tú, ¿has utilizado la visualización de alguna otra manera para mejorar la productividad? Cuéntanos los detalles en un comentario y compártelo con nosotros.
Artículo original escrito por Jero Sánchez. Sígueme en Twitter.
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